Fotografía de Fred Hossler/Getty Images
Dar sentido a esta compleja y sorprendente estructura que es el encéfalo no resulta fácil. Lo que sí sabemos es que este órgano es el que nos hace humanos, otorgándonos capacidades artísticas, para el lenguaje, la emisión de juicios morales y el pensamiento racional. Es también responsable de la personalidad, los recuerdos y los movimientos de cada individuo y de cómo percibimos el mundo.
Todo esto lo hace posible una masa gelatinosa de grasa y proteínas que pesa alrededor de 1,4 kg. Se trata, sin embargo, de uno de los órganos más grandes del cuerpo, compuesto de unos 100 mil millones de células nerviosas que no sólo unen pensamientos y coordinan movimientos físicos de forma precisa sino que también regulan procesos corporales inconscientes tales como la digestión y la respiración.
Las células nerviosas del encéfalo se denominan neuronas, que componen la llamada «materia gris». Las neuronas transmiten y recogen las señales electroquímicas que se comunican a través de una red de millones de fibras nerviosas llamadas dendritas y axones. Conforman la «materia blanca» del encéfalo.
El cerebro es la parte más grande del encéfalo que representa el 85 por ciento de su peso. Las características y profundas arrugas de la superficie exterior del órgano son la corteza cerebral, compuesta por materia gris. Por debajo se encuentra la materia blanca. Es el cerebro el que hace que el encéfalo y, por tanto, el ser humano, sea tan especial. Aunque algunos animales como el elefante, el delfín o la ballena tienen encéfalos más grandes, los humanos son los que más han desarrollado el cerebro. Se comprime dentro del cráneo, envolviendo al resto del encéfalo, y sus profundos pliegues maximizan inteligentemente el espacio de la corteza cerebral.
El encéfalo tiene dos mitades o hemisferios. Se divide además en cuatro regiones o lóbulos dentro de cada hemisferio. Los lóbulos frontales, situados justo detrás de la frente, intervienen en el lenguaje, el pensamiento, el aprendizaje, las emociones y el movimiento. Detrás de él encontramos los lóbulos parietales, que procesan la información sensorial como, por ejemplo, el tacto, la temperatura o el dolor. En la parte posterior del encéfalo tenemos los lóbulos occipitales, relacionados con la visión. Por último, tenemos los lóbulos temporales, cerca de las sienes, que se ocupan de la audición y la memoria.
Movimiento y equilibrio
La segunda área más grande del encéfalo es el cerebelo, situado debajo de la parte posterior del cerebro. Es el responsable de coordinar los movimientos musculares y controlar el equilibrio. Se compone también de materia gris y blanca y transmite la información a la médula espinal y a otras partes del encéfalo.
El diencéfalo se localiza en el centro del encéfalo y se compone de un complejo de estructuras del tamaño aproximado de un albaricoque. Se divide en dos secciones principales: el tálamo y el hipotálamo. El tálamo actúa como una estación repetidora de los impulsos nerviosos que llegan de todas las partes del cuerpo y las envía a la región adecuada del encéfalo para que sean procesadas. El hipotálamo controla las secreciones hormonales gracias a la cercana glándula pituitaria. Estas hormonas determinan el crecimiento y comportamientos instintivos tales como el hambre, la sed, el sexo, el miedo y la reproducción. El hipotálamo, por ejemplo, es el que controla el principio de la lactancia cuando una mujer acaba de dar a luz.
El bulbo raquídeo, en la base del encéfalo, controla los reflejos y funciones básicas e indispensables para la vida como los latidos cardíacos, la respiración y la presión sanguínea. También regula cuándo nos sentimos despiertos o tenemos sueño.
El encéfalo es un órgano extremadamente sensible y delicado que requiere la máxima protección. Ésta viene proporcionada por el cráneo que la envuelve y por tres duras membranas denominadas meninges. Los espacios entre estas tres membranas están rellenos de un líquido que protege al encéfalo evitando que sufra daños por contacto con el interior del cráneo.
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